14 de diciembre de 2007

La vida sin auto (odio el autobús)

Uno de los momentos más felices en la vida de una persona es cuando consigue su primer vehículo, no importa el color, ni la antigüedad, lo importante, es que es un paso definitivo hacía la independencia personal, poder ir a donde uno quiera sin tener que pedir favores, sin importar si llueve o no y sin horarios predefinidos. Pero como bien reza la frase "nada es para siempre" llega un día en que el carro sufre algún fallo y no hay mas remedio que ir al taller; y el problema comienza... Una vez estudiada la situación y descubierto el problema el mecánico suele decir que no tiene las piezas que necesita y que el vehículo tiene que permanecer en el taller varios días... Ahorita es que empieza la penitencia, hay que volver al transporte público, así que con la cara desencajada y una mirada de melancolía dedicándole un adiós al vehículo, nos vamos caminando hacía la esquina a la parada del bus. Se han fijado ustedes en el mal estado de las aceras, la cantidad de chicles que hay pegados que deben llevar siglos ahí, ¡que ascooo!. Atacados por estos descubrimientos llegamos hasta la parada y descubrimos especies nuevas que no teníamos ni idea de su existencia salvo por las referencias de las leyendas urbanas. En primer lugar y por rango de edad nos encontramos con los niños y estudiantes que van con los pelos de 100 colores y piercings hasta donde llegue la imaginación, por no hablar de que van barriendo las aceras con esos pantalones caídos. Y tú piensas ¿estaré anticuado? no para nada, un traje siempre es elegante. Al lado de los niños suele estar alguna viejita o viejito (de pie porque los niños ya no tienen educación) que suele comenzar por preguntarte la hora y terminar por contarte como su nuera es una cuaima sin escrúpulos; y piensas ¿tendré cara de psicólogo o de curioso?. Pero como eres educado continuas prestando atención al tema y te lo calas. También suele estar el nervioso, ese que se quedo dormido y llega tarde, se la pasa mirando compulsivamente el reloj, maldiciendo el tráfico e increpando a los que como él esperamos, con sus paseitos y sus caras de estreñimiento. Y por fin llega el autobús, con tanta gente que casi se salen por las ventanas, conseguimos subir todos apretados como sardinas y claro, como quedaba sólo un sitio libre, se lo dejamos a la viejita y nosotros nos quedamos de pie entre otras dos especies, el "sordo"que lleva el mp3 a todo volumen y hasta el fondo del bus sabe que canción esta oyendo, y el clásico que hace años no ha visto ni un desodorante ni un jabón, con su respectiva frente brillante toda empapada deslumbrando como si fuera un faro. Y como dirían muchas amigas mías, aquí falta el típico que se le pega a las mujeres y casi que las viola sin bajarse el pantalón, pero afortunadamente no he sufrido ese tipo de cosas jeje. ¡Dios espero por favor que arreglen pronto mi vehículo!

1 comentario:

Ricky del Norte dijo...

Como recuerdo esas aventuras cuando vivia en Venezuela, ojala arreglen y te entreguen tu carro pronto!!!.
Saludos.